LO QUE ME QUEDA POR VIVIR de Elvira Lindo (2010). Un libro que hace cierto el dicho:
“Sencillo que no simple”.
AUTORA.
Ver información de Elvira Lindo Garrido.
SINOPSIS.
Antonia tiene veintiséis años cuando se ve sola con un niño de cuatro en el cambiante Madrid de los ochenta. La suya es la historia de un viaje interior, el de una mujer que se enfrenta a la juventud y a la maternidad mientras intenta hacerse un lugar en la vida, en una ciudad y en una época de tiempo acelerado, más propicio a la confusión que a la certeza, sobre todo para alguien que ha tenido una experiencia demasiado temprana de la pérdida y de la soledad.
Lo que me queda por vivir es la crónica de un aprendizaje: cómo se logra a duras penas sobreponerse a la deslealtad; cómo el desvalimiento y la ternura de un hijo alivian la fragilidad de quien ha de hacerse fuerte para protegerlo.
Lo que me queda por vivir tiene la fuerza de las novelas que retratan un tiempo al contar unas vidas singulares, hechas por igual de desamparo e inocencia. La escritura de Elvira Lindo alcanza aquí una belleza sobrecogedora, yendo derecha al nervio de las cosas, al corazón de esas verdades sobre la experiencia que sólo puede contar la ficción.
OPINIÓN.
Os recomiendo esta novela intimista y ¿autobiográfica?; escrita en primera persona, la protagonista (una trabajadora divorciada madre de un niño) nos cuenta su vida, su historia, que como cualquier historia tiene un planteamiento, pero que como la vida misma no tiene un nudo sino una madeja totalmente enredada y no tiene desenlace sino una puerta abierta como su propio título indica.
Una historia con la que cualquier mujer trabajadora con hijos puede sentirse identificada con algunas situaciones, sentimientos, frustraciones, ilusiones.
FRASES.
¿Que con qué alimento mi vida? ¿Qué clase de pregunta es ésa? Cuando se tienen dos hijos y te cuesta tanto llegar a fin de mes una no anda pensando en el espíritu.
Había un resentimiento antiguo que yo ya había captado otras veces: el de quienes acusan estar fuera de un mundo que les parece más atractivo que el que a ellos les ha tocado en suerte.
El que envidia aumenta la fortuna del envidiado.
Los niños lo escuchan todo, en especial aquello que las madres no quieren que escuchen.
En este presente, en el cual sólo me estorba el miedo retrospectivo a no haber sido digna de mí misma.
Era tan transparente a sus cuatro años, su pensamiento y su corazón eran aún tan míos que hubiera podido leerlos sin que apenas hablara. 30
Interrumpía la canción y se quedaba pensativa, como si estuviera imaginando esa otra posible vida que siempre se pierde por vivir la propia.
Yendo por las tardes con mi amiga al pequeño edificio de la biblioteca infantil, para leer, para hacer los deberes, para disfrutar con el acto solemne del préstamo y el sello.
Siempre hay un momento en el que todo podía haberse evitado, se piensa luego. Sobre todo en aquello que se comenzó sin mucho convencimiento, más por motivos fantasiosos que por lo que se tenía de verdad delante de los ojos. Pero, ¿Quién quiere ver lo que está delante de los ojos? ¿Quién está dispuesto a admitir que en realidad no hay posibilidad de conexión?
La mentira grave, esencial, puede producirse por respeto, por miedo o por cariño a la persona a la que se le cuenta, pero las pequeñas mentiras, esas que se suceden unas tras otras, que se amontonan como las cagadas de paloma, son las que acaban definiendo al mentiroso, que miente y olvida, miente y olvida.
Qué difícil era y es traicionar al grupo y qué fácil ser desleal con uno mismo. La deslealtad a uno mismo no se suele advertir en el presente, se camufla de malestar, de ansiedad difusa, porque éstas son sensaciones mucho más fáciles de sobrellevar.
Qué pocas veces supe perseguir lo que quería. Hay un mecanismo por el cual uno consigue convencerse de que lo que se tiene es lo que se desea.
Los actos de los muertos no pueden modificarse, ni discutirse, así que cualquier hallazgo sobre su pasado nos trastorna más que consolarnos.
No es sólo que ande perdida, lo que me ocurre tiene más difícil solución: me he perdido a mí misma, no sé quién soy.
Recuerdas mi mano, la mano de tu madre, la mano que nunca se olvida, como yo no he olvidado la mano de mi madre, ese tacto que mi memoria ha logrado conservar entre tantos recuerdos perdidos.
Ahora le miro a los ojos, le miro intensamente a los ojos, me dice: «Anda, no llores», y presiento, lo sé, que sea lo que sea lo que anda por esa cabeza, está salvado, salvado, y yo con él, porque de su salvación depende la mía.