Nací un 23 de Abril del 75 en Graná. Toda mi infancia y adolescencia la viví en el número 11 de un bloque pequeño de pisos de la Calle Real de Cartuja (para alguien de mi barrio en la “Calle Ra”), una calle con muchísimo tránsito y con esa malafollá rancia típica de Graná.
Nunca tuve llaves de mi casa, ahora cuando me paso meses con las llaves pérdidas me doy cuenta de que fue lo mejor. Así que era muy normal verme sentada en los escalones del portal esperando a que alguien de mi casa volviera y me abriera la puerta. El que pasaba, veía una niña sentada. Pero en esas horas y horas que pase sentada, mi cabeza inventaba y reconstruía las historias de todos los transeúntes esporádicos, turistas, estudiantes y vecinos del barrio que pasaban.
Me rio al recordar decir a mis hermanas millones de veces: a la Cris la dejas en un escalón y a la hora la recoges y te cuenta la vida de todas las personas de aquella zona.
Esa afición, mi forma de ser, la recomendación de la pedagoga del colegio, la forma de contar mis padres sus historias hizo que me convirtiera en una aprendiz de la vida. Observo, escucho e intento sacar de todo una lección. Eso sí, hasta llegar a la lección pueden pasar minutos, meses y años, pero cuando eso ocurre, sonrió y guardo el puzzle por fin terminado.