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Mi segunda escuela. El bloque de pisos nº 11 de la calle Real de cartuja.

Cada persona que se cruza en nuestro camino, es una escuela. Como diría mi tía Cristina “forman parte de la escuela de la vida”.

Mis padres se conocieron siendo unos chiquillos y aunque hoy día después de 64 años juntos no se ponen de acuerdo en muchas cosas, si coincidieron desde el principio que querían para sus hijos.

Le tengo que agradecer a mi padre que nos enseñará a sacar de lo más simple y cotidiano siempre una lección y aprender a través de las historias de otros lo que queríamos o no queríamos para nosotros. Esa capacidad la desarrollo el, siendo un niño en la barbería de su  padre mientras cortaba el pelo.

Siendo pequeños, nos lo enseñó, a través de un juego, que el hacia de forma natural. Te contaba una de sus historias, y a medida que la iba contando te hacia mirar hacia determinados detalles de la historia y al final te decía la lección.

El utilizó las historias de sus amigos, familiares y vecinos de la cuesta la Alhacaba. Esas las llevo grabadas a fuego en mi cabeza, porque me las ha contado millones de veces.

Con los años he aprendido mis propias lecciones con las historias y vidas que se han cruzado en mi camino.

Mi primera escuela fueron mis padres y hermanos, durante meses los observé. Cuando empecé andar, la casa de vecinos donde nací sería mi segunda escuela. Parte de lo que soy se lo debo a ellos.

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