Los besos en el pan (2015).
“Esta es la historia de muchas historias, la historia de un barrio de Madrid que se empeña en resistir, en seguir pareciéndose a sí mismo en la pupila del ojo del huracán”
ESCRITORA.
SINOPSIS
¿Qué puede llegar a ocurrirles a los vecinos de un barrio cualquiera en estos tiempos difíciles?
¿Cómo resisten, en pleno ojo del huracán, parejas y personas solas, padres e hijos, jóvenes y ancianos, los embates de una crisis que «amenazó con volverlo todo del revés y aún no lo ha conseguido»? Los besos en el pan cuenta, de manera sutil y conmovedora, cómo transcurre la vida de una familia que vuelve de vacaciones decidida a que su rutina no cambie, pero también la de un recién divorciado al que se oye sollozar tras un tabique, la de una abuela que pone el árbol de Navidad antes de tiempo para animar a los suyos, la de una mujer que decide reinventarse y volver al campo para vivir de las tierras que alimentaron a sus antepasados… En la peluquería, en el bar, en las oficinas o en el centro de salud, muchos vecinos, protagonistas de esta delicada novela coral, vivirán momentos agridulces de una solidaridad inesperada, de indignación y de rabia, pero también de ternura y tesón. Y aprenderán por qué sus abuelos les enseñaron, cuando eran niños, a besar el pan.
OPINIÓN
Es un libro que me ha gustado por cercano, por ser un espejo de la realidad de nuestros días, un reflejo de las familias de hoy día; es difícil no sentirse identificado con alguno de los personajes retratados.
Destacaría dos cosas que remueven en mi sentimientos agridulces: la dedicatoria “A mis hijos, que nunca han besado el pan” y la primera parte ANTES (el libro está estructurado en tres partes ANTES, AHORA y DESPUÉS).
FRASES
Estamos en un barrio… no tiene muchos monumentos pero es de los bonitos, porque está vivo.
… Pero lo más valioso… son las figuras, sus vecinos, tan dispares y variopintos, tan ordenados o caóticos como las casas que habitan… En este barrio siempre han convivido los portales de mármol y las paredes de yeso, los ricos y los pobres.
En los años sesenta del siglo xx, la curiosidad era un vicio peligroso para los niños españoles que crecimos entre fotografías… de personas jóvenes y sonrientes a quien no conocíamos… muertos… en la guerra, o después de la guerra…
… y una vieja costumbre ya olvidada, que no supieron o no quisieron transmitir a sus hijos. Cuando se caía un trozo de pan al suelo, los adultos obligaban a los niños a recogerlo y a darle un beso antes de devolverlo a la panera, tanta hambre habían pasado sus familias en aquellos años en los que murieron todas las personas queridas cuyas historias nadie quiso contarles.
La rabia sí, las mandíbulas apretadas, como talladas en piedra, de algunos hombres, algunas mujeres que en una sola vida había acumulado desgracias suficientes como para hundirse seis veces, y que sin embargo seguían en pie. Porque en España, hasta hace treinta años, los hijos heredaban la pobreza, pero también la dignidad de sus padres, una manera de ser pobres sin sentirse humillados, sin dejar de ser dignos ni de luchar por el futuro.
Pero los españoles, que durante muchos siglos supimos ser pobres con dignidad, nunca habíamos sabido ser dóciles. Nunca, hasta ahora.
Hay que ser muy valiente para pedir ayuda, ¿sabes? Pero hay que ser todavía más valiente para aceptarla.
Después, alguien nos dijo que había que olvidar, que el futuro consistía en olvidar todo lo que había ocurrido. Que para construir la democracia era imprescindible mirar hacia delante, hacer como que aquí nunca había pasado nada. Y al olvidar lo malo, los españoles olvidamos también lo bueno. No parecía importante porque, de repente, éramos guapos, éramos modernos, estábamos de moda… ¿Para qué recordar la guerra, el hambre, centenares de miles de muertos, tanta miseria?