Después de estar toda la noche lloviendo y el mar revuelto, bajó a la playa sin ningunas ganas. Le encantaba el sol, pero odiaba los días de lluvia y el día amenazaba con seguir lloviendo. La playa estaba desierta, sólo un grupo de niños jugaban junto a la orilla. Rodeaban una tabla hecha con cañas, pero allí no había restos de ningún naufragio.
Se acercó a la orilla y miró al horizonte, como los últimos cuarenta años. Como el que espera a alguien. Vio a lo lejos como algo flotaba en el mar, y recordó cuantas veces siendo pequeña había jugado hacerse la muerta. Se movía lentamente, pero avanzaba hacia la orilla. Al ver como se tambaleaba al pisar tierra, corrió para poder ayudarle; le tendió sus manos y fue en ese momento en el que le miró, cuando descubrió que aquellos ojos le eran familiares.
Durante meses había luchado en alta mar, por fin pisaba tierra y sabía cual era su camino.