UNA MALA NOCHE LA TIENE CUALQUIERA. La noche del golpe de estado contada en primera persona y en clave de humor por un travestí; sus sueños, sus miedos…
AUTOR
Eduardo Mendicutti nació en Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz el 24 de marzo de 1948. Es un escritor y periodista español.
SINOPSIS
Alegre historia la de La Madelón, travestido andaluz, comunistoide, solidario, dicharachero, tierno, emotivo y lúcido que se descompuso la noche del 23 de febrero de 1981, nada más enterarse de la toma del Congreso por la Guardia Civil.
Envueltos por el habla preciosa de la gente del Sur, aquí están sus peripecias de aquella noche, sus ocurrencias, sus recuerdos de otros tiempos. Aquí, en esta fervorosa declaración de amor a la libertad, están, en cierto modo, todos aquellos españoles que, durante años, tuvieron que vivir en la clandestinidad por razones políticas, culturales, económicas o sexuales y que, durante aquella noche fatídica, ante la posibilidad de un golpe de Estado, volvieron a temer por su derecho a vivir a su aire.
FRASES:
A veces familias enteras que vienen de Alemania o de cualquier otra parte de por ahí, y seguro que a todos les va cambiando la voz, el habla, el color y el gesto conforme se acercan a Despeñaperros, que es una cosa que no se puede evitar ni disimular, porque a mí me pasa y sé bien lo que es eso. Es que yo me monto en el tren para ir a mi tierra, a ver a mi gente, y es que soy otra, una mujer distinta, como si con sólo pensarlo me entrara de pronto una especie de tranquilidad que en Madrid no tengo nunca, porque no es cosa de nervios, yo creo que es sólo una cosa de comodidad, de sentirse a gusto de la cabeza a los pies, por dentro y por fuera, y para mí que más que nada es una cosa de los huesos, el esqueleto de una que se relaja, se pone confortable de verdad, se deja ganar poco a poco por esa galvana tan rica que no es pereza ni holgazanería ni desidia, es como una parsimonia sabrosa y divinamente aliñada, no esa patarra insípida de la gente patosa y lacia, o sea que no es despego sino una dedicación a tope pero sin ninguna prisa, sin agobio ninguno, para que nada se desperdicie.
Dormir es la mejor manera de olvidar, y la más cómoda.
Por la mañana, cuando sonó el despertador, tuve que zarandear a La Begum mucho más de la cuenta, y ella se ponía farruca —que, además, con la soñera lo hace con mucha malage—, escondía la cabeza debajo de la almohada, que es lo que hace siempre, porque sin arreglar la pobre pierde muchísimo; sin arreglar, a La Begum podría vestírsela perfectamente de cabo de gastadores sin que desentonara en un batallón, y es que no parece la misma.
Me volvió aquella angustia que me venía más que nada por mí misma, no porque a partir de entonces pudiera tener al mundo más en contra que nunca, sino porque iba a ser durísimo para mi cuerpo y para mis pensamientos, y sobre todo para los sentimientos que una tiene, el volver a lo de antes. Abrir la maleta donde La Begum y yo guardamos, hacía ya casi cinco años, el último traje que nos pusimos antes del juramento de ser mujeres para siempre, que fue más que nada por guardar una reliquia, por conservar un recuerdo de los malos tiempos, a lo mejor por tener siempre a mano como un certificado de que hubo una época en la que fuimos otra cosa […] abrir la maleta y que salieran en bandada, como pajarracos aturdidos y ansiosos, todos los malos recuerdos, los tragos más duros, tantísimos sofocones como tuvimos que pasar y tanto daño como nos hicieron.
— sentenció: «Lo tuyo fue una catarsis»
Yo casi me caigo muerta. Al principio me sonó a enfermedad de mis partes. Después le pregunté si eso no sería como la menopausia, pero en un plan de mucho loquerío. Se me puso un nudo tan gordísimo en la boca del estómago, que pensé que me daba una congestión.
La Plumona, con lo bruja que es, se estuvo haciendo la interesante durante un rato,… cuando le dio la gana, me lo explicó por encima, y yo entendí que aquello era como un terremoto interior, un calambrazo que te pone todo lo tuyo, hasta lo más secreto, en carne viva y te coloca frente por frente y a pelo con lo que tú eres de verdad. Eso fue lo que yo entendí… me quedé dándole vueltas, ensimismada —enyomismada, como dice siempre La Begum—, impresionadísima por lo que a mí me había pasado casi sin yo saberlo.
A La Begum, en un test de personalidad le salió, en corto, que es una fantasiosa y una inmadura, y ella encantadísima. Dice que eso de estar madura es una cosa espantosa —y hace un puñado de morisquetas de asco—, que en seguida empieza una a ponerse blandorra, repugnante, y es mil veces preferible seguir verde y enloquecida hasta morir. Ella es, por vocación, una mujer descentrada y decorativa…
A mí me salió que soy decidida y sensata, la mar de abierta, un poquito cabecidura y marimandona, pero sociable como la que más y con una curiosidad de las de nunca acabarse: una mujer moderna, liberada, independiente. Según ellos, lo que es la moral la tengo un poco distraída. A mí eso me pareció un infundio, con lo recta que es una… me dio una explicación la mar de redicha, o sea yo entendí que ellos en el comportamiento de cada una preferían no meterse, que a ellos les interesaba la predisposición: hay gente con vicios así de raros. Yo de predisposición seguro que ando divinamente. Quiero decir que hay un bombardeo y servidora se apunta. Una en eso es un chica diez.
—Lo que está en juego es la democracia y la libertad —les advertí a todas, cuando salíamos de casa.— Lo más serio del mundo. Me emocioné. Servidora se emociona un montón cuando habla de libertad. Y digo yo que la libertad pide un control y un comportamiento, que de lo contrario se vuelve libertinaje.
Claro que tampoco se trataba de ir totalmente de incógnito. Yo creo que eso hubiera sido una cobardía. La gente se tiene que dar cuenta de cómo es una y de que no muerde. La gente tiene que acostumbrarse. Que una puede llevar una vida tan decente como la que más. O tan indecente. Que nosotras no somos ni peor ni mejor. Todas igual.
Me apunto la recomendación y me lo leo, ya te comento.