Cada persona que se cruza en nuestro camino, es una escuela. Como diría mi tía Cristina “forman parte de la escuela de la vida”.
Cada vecino de la casa de mis padres, me enseñó una lección. Lecciones que guardo como si tratarán de pequeños tesoros.
En el primero B, vivían Luz y Juan, un matrimonio sin hijos. Recuerdo a Juan como un hombre muy delgado con un abrigo que pesaba más que su alma y del que tiraba a cada paso. Luz era guapa, porque a pesar de los años, peso y ropas oscuras, aún mostraba la belleza que un día tuvo.
Juan murió muchos años antes de Luz, así que se quedó sola e impedida. Es normal que cuando tenía oportunidad de pillar a alguien, la sentará frente a su sillón y le explicará su vida con palabras e imágenes de unas fotos en blanco y negro. También era normal que cuando mi madre nos mandaba a recoger algún trapo que había caído a su patio nos peleáramos por no bajar. Lo de ser la más pequeña de la casa, tenía sus ventajas pero también inconvenientes, siempre al final, acababa yo bajando.
Al tocar el timbre, tras la puerta escuchabas como si se tratará de una pieza musical, primero rastrear una mesa, después pequeños pasos acompañados de golpes de un andador, seguidamente el sonido de mover la mirilla y volver la mirilla a su sitio y por último el girar las llaves. Desde que llamabas hasta que se abría la puerta podían trascurrir unos minutos. Justo en el momento en que se abría, inspirabas un fuerte olor a naftalina, humedad y a aire encerrado en cuatro paredes.
Era increíble, habían pasado 30 años desde que Luz y Juan compraron ese piso y permanecía igual que el primer día. Lo único que variaba es que los años habían apagado los colores del papel pintado, muebles y objetos.
Una vez que habías recorrido aquel pasillo oscuro, estrecho y eterno y tenías en tus manos el trapo, venía el siguiente ritual, me sentaba y me hablaba de su hermana, del Carmen en el que vivió y de que Juan había sido el culpable de no tener hijos. Es triste, pero nunca sentí pena. Mientras me hablaba pensaba porqué no me explicaba que ocurrió en un momento de su vida, para que aquellos fuesen sus maravillosos años. Porque aún viviendo Juan, ella nunca salía a la calle.
Mi padre la había conocido cuando él era un niño, por casualidades de la vida, con los años se convirtió en su vecino, primero en la cuesta la Alcahaba, donde ella vivía en su Carmen y mis padres en una modesta vivienda de dos habitaciones. Y posteriormente en la Calle Real. Creo que esos aires de grandeza y superioridad nunca los abandonó, ni estando impedida mostró nunca humildad.
La vida muchas veces nos devuelve lo sembrado, como si se tratará de un hechizo, ella se quedó encerrada en aquel piso amueblado con muebles enormes y propios de un Carmen, sin poder dar un paso (su mente y sus piernas se habían quedado en el pasado) sola con sus aires de grandeza y superioridad. Su error en la vida fue quedarse estancada en el pasado y su fracaso como persona su soberbia.
Cada vez que he escuchado cualquier tiempo pasado fue mejor, me ha venido a la mente Luz. Cuando recordamos podemos borrar, cosa que no ocurre con el presente. A Luz le tengo que agradecer dos lecciones. La primera que nunca se puede uno quedar estancando, es necesario levantarse y seguir caminando (eso es la vida) y la segunda lección, es que no hay nada más hermoso que mostrarnos humanos y vulnerables.
Al terminar esta post, me sentí mal, de que mi sentimiento hacia ella fuese ese. Así que les mandé un mensaje a mis hermanos preguntando cómo veían a Luz. Después de leer sus mensajes, confirme mi sentimiento. Eso si, no puedo preguntarle a mi padre, porque el sería incapaz de ponerle filtros a sus palabras y es muy granaíno en sus expresiones.
Como decía aquel, empecemos por el principio, pues toda historia tiene “érase una vez”. Mi familia inicialmente vivió en la Cuesta de la Alhacaba, y justo en frente, al otro lado de la calle, vivían en una especie de Carmen porque desde mi mirada infantil no lo recuerdo de otra manera que tal y como aquí lo defino.
Cuando yo tenía seis años nos fuimos a vivir a Real de Cartuja, al número 11 de la Calle Real. Nosotros vivíamos, vivimos todavía, algunos por lo menos, en el 4ºA, y Luz y Juan en el 1B. La verdad es que yo creo que nunca tuve un trato directo con ellos, incluso no recuerdo que nunca me cruzara con ellos, e intercambiáramos un buenos días o un buenas tardes. Sin embargo y aunque yo nunca los traté, como digo, de forma directa, sus vidas no escaparon a mi mirada infantil.
Pues desde la calle, y en el espacio que hay enfrente de nuestro bloque de pisos en el que pasaba muchas horas jugando y, desde allí, ellos ajenos a mí, era imposible permanecer impasible ante aquella mujer voluminosa, que se pasaba el día sentada en su sillón, viendo la televisión y viendo pasar la vida por la calle; acompañada en parte del tiempo por Juan, enjuto y alto como absoluto contrapunto a su mujer; la otra mitad del tiempo, Juan parecía no parar, me imagino que haciendo todas las tareas necesarias de un hogar, pues Luz de su sofá no se movía. Lo que sí es cierto es que la parte de sus vidas que pude ver a través de los cristales de su balcón daba para seguir imaginando el resto de las mismas, que tampoco sería mucho más de lo que veíamos.
En esa vivienda en la actualidad viven unas estudiantes, ahora predomina la luz y el blanco en lugar del cuadro de los ciervos saltando el río hay una bandera multicolor que ocupa una pared entera. Las chicas que ahora viven en esta vivienda tienen un perro. ¡Jolín, cómo son los recuerdos! el presente te tira del pasado… y este perro de ahora… ha conseguido rascar de mi memoria y creo que Luz y Juan también tenían un perro. Mi hermano Manolo.
Mi hermana José me dijo dos palabras: orgullosa y sola.
Mi hermana Maite añadió: Uff, de pequeña la veía como una bruja, porque nos regañaba, cuando jugamos en el patio de la Conchi, por las macetas. Y de mayor una mujer con mucho carácter.
Y al terminar de poner el punto me he acordado de una frase de mi abuelo, Dios nos libre del día de las alabanzas. Que pena, que existan personas, que ni en ese día, tendrán alabanzas.